La otra historia de Navarra

Patxi Aranguren Martiarena. Uno de los reinos medievales con más solera de Europa fue el Reino de Navarra, el cual se extendía a ambos lados de los Pirineos occidentales. Fue el sucesor del reino de Pamplona, denominación empleada por algunos historiadores, de acuerdo a los Anales de los Reyes Francos para referirse a lo que fue durante la Alta Edad Media la entidad política surgida en torno a la civitas de Pompaelo, la que había sido la principal ciudad en territorio de los vascones durante la época del Imperio Romano. Pamplona fue durante mucho tiempo la ciudad más importante y rica en territorio cristiano, contaba con una población estable e hicieron de ella su capital. Era un lugar de reunión e intercambio entre las rutas del mundo islámico al sur y la Europa cristiana al norte, por los pasos pirenaicos vascos y los puertos costeros del mar Cantábrico y las rutas de este a oeste que seguían también los peregrinos cristianos del Camino de Santiago. Su neutralidad y buenas relaciones con los vecinos, la fama de prosperidad y riqueza se extendió por toda Europa. La dinastía Arista será reemplazada por la dinastía Jimena, que ampliará el solar del reino con la incorporación de las tierras riojanas y de la zona media y sur de Navarra, bajo la cual Navarra alcanzará su mayor extensión territorial. Tras unos primeros años de expansión y la posterior amputación territorial por parte del reino de Castilla, el Reino de Navarra se estabilizó con dos territorios diferenciados: la Alta Navarra, en la vertiente sur de los Pirineos, y la Baja Navarra, en la norte.

Cuando se produjo la invasión castellana de 1512, reinaban en Navarra sus reyes Juan III de Albret y Catalina de Foix, que fueron coronados en 1494 en la catedral de Pamplona. Hubo varios intentos de recuperar el reino por sus reyes legítimos. La primera en otoño de ese mismo año 1512 con ayuda de Francia. La segunda en 1516, sin esa ayuda. Por último, en 1521, aprovechando el desguarnecimiento del reino por las tropas castellanas enfrascadas en la guerra de las Comunidades de Castilla, se produjo un alzamiento generalizado en toda Navarra con la incursión de tropas franco-navarras que consiguieron provisionalmente la reconquista de la totalidad del territorio navarro. Carlos I reconquista la navarra peninsular y acaba abandonando en 1530 el territorio navarro situado al norte de los Pirineos, el cual siguió siendo independiente manteniendo la dinastía de Foix, hasta que se asoció dinásticamente a la Corona francesa al heredar su rey, Enrique III, la corona francesa. Así, los monarcas franceses se intitularon “Reyes de Francia y de Navarra”. La unión del reino de Navarra a Francia, puramente dinástica, se hizo conservando siempre sus propias instituciones. Sin embargo, su estatus diferenciado dentro de la Corona terminó con la Revolución Francesa en 1789, al ser abolido el reino.

Navarra conservó sus instituciones propias hasta 1789, ostentando los Borbones franceses el título de reyes de France et de Navarre. No obstante, durante la Restauración francesa, Luis XVIII y Carlos X recuperaron el título de reyes de Francia y de Navarra, tras la expulsión de Napoleón Bonaparte en 1814. El periodo que sobrevino se llamó la Restauración, caracterizada por una aguda reacción conservadora y el restablecimiento de la Iglesia Católica como poder político en Francia. Pero los gobiernos de Luis XVIII (entre 1814 y 1824) y Carlos X (entre 1824 y 1830) debieron aceptar algunas realidades surgidas con la Revolución Francesa, como la monarquía constitucional, el parlamentarismo, la redistribución de la tierra realizada durante las convulsiones de fin del siglo XVIII y la desaparición de los antiguos gremios artesanales. Este período está caracterizado por una profunda transformación de la vida política y social en Francia. Los sectores monárquicos buscan liquidar todo vestigio de la Revolución Francesa, mientras que la burguesía trata de superar un período de 25 años de catástrofes y reelaborar un programa político y económico viable que, a la vez, recupere algunos elementos de la revolución que le son útiles.

Carlos X fue el último monarca francés, que fue coronado el 29 de mayo de 1825 en la Catedral de Reims como rey de Francia y de Navarra. Su reinado estuvo marcado por grandes tiranteces con la burguesía francesa, y, en general, con las ramas más liberales del estamento político. La iniciativa legislativa de Carlos X pretendía abolir los principales logros de la Revolución. En 1825 se aprobó una de las leyes más polémicas, destinada a indemnizar a todos aquellos nobles cuyas tierras habían sido expropiadas durante la Revolución. La Ley Anti-Sacrilegio de ese mismo año convertía en delito penal cualquier ofensa cometida contra la Iglesia Católica; esta ley sería usada como instrumento de venganza política contra muchos políticos liberales. La mayoría de las leyes, tremendamente impopulares, iban encaminadas a otorgar grandes poderes y privilegios a la nobleza y el clero.

Entre 1827 y 1830, Francia sufrió una crisis económica, industrial y agraria, peor incluso que la que dio lugar a la Revolución Francesa de 1789. Una serie sucesiva de malas cosechas hicieron subir los precios de los alimentos básicos y del grano. Mientras la economía francesa flaqueaba, las sucesivas elecciones de la década llevaron a un relativamente poderoso bloque liberal a la Cámara de los Diputados. El crecimiento del bloque liberal dentro de la Cámara de Diputados se correspondía con el auge de la prensa liberal en Francia. En 1830, el gobierno de Carlos X encaraba dificultades por todas partes. Las multitudes en París también se movilizaron acuciadas por la penuria económica, levantaron barricadas y atacaron las infraestructuras de Carlos X. En sólo unos días, la situación superó la capacidad del monarca para controlarla, se lanzaron ataques contra la prensa pro-borbónica, y paralizaron el aparato coercitivo de la monarquía. Aferrándose a esta oportunidad, los liberales del Parlamento comenzaron a emitir resoluciones, quejas y censuras sobre el rey.

El 16 de agosto de 1830, la familia real francesa fue al exilio. En 1832 Carlos X aceptó la invitación del emperador Francisco I de Austria para vivir en Praga. Tras haber vivido en el castillo de Hradchin, en Praga, Carlos X murió, afectado de cólera, en Gorizia en 1836 y se encuentra enterrado en la cripta de la iglesia del monasterio franciscano de Konstanjevica (Eslovenia). Junto a su sarcófago, fabricado en mármol, se puede ver una placa de piedra negra que reza así: “Ici repose très haut et très puissant excellent prince Charles X de nom roi, par la grâce de Dieu, de France et de Navarre”. (Aquí reposa muy alto y muy poderoso el excelente príncipe Carlos X, llamado rey, por la gracia de Dios, de Francia y de Navarra).

*El autor es economista de la Universidad Pública de Navarra